
"¡Yo soy un anarquista! Un anarquista en el sentido mejor de la palabra. La gente cree que anarquista es el que pone bombas, pero anarquistas han sido los grandes espíritus como, por ejemplo León Tolstoi." Ernesto Sábato, escritor argentino.
“Muerte accidental de un anarquista” es la obra más conocida del dramaturgo italiano, Darío Fo, Premio Nobel de Literatura y a la vez parece ser el título más adecuado para definir la muerte de Mauricio Morales, un joven anarquista chileno, muerto por la detonación azarosa del artefacto que portaba en su mochila.
No obstante muchos no compartamos los métodos de acción de estos grupos, en la red se han multiplicado los comentarios que celebran la muerte de este “terrorista” que murió en su ley, en una lucha incomprensible para la mayoría que bien moldeada por los medios de comunicación habla de terrorismo, extremismo, anarquismo, bomba, víctimas inocentes, pese a que en un centenar de detonaciones reivindicadas por los anarquistas, no ha habido más víctimas que los escaparates mercenarios del capital.
La condena es inevitable, el anarquismo es el caos y la locura, el odio y la violencia. Sin embargo, las ideas libertarias han movilizado a millones en otras latitudes, que convencidos de la necesidad de crear un mundo nuevo, lucharon y entregaron sus vidas, por ejemplo durante la Guerra Civil Española, combatiendo al fascismo.
Habría que preguntarse acaso si la guerra, el hambre, la depredación medioambiental, las colusiones, las crisis y pánicos financieros, las pandemias creadas en laboratorios y amplificadas por los medios, la corrupción estatal, no son también la cara violenta de un enloquecido sistema que ya muchos repudian, denuncian y combaten.
Sin embargo el robo y la mentira parecen estar bien.
¿Cuál es la diferencia moral entre cargar una bomba y la colusión de grupos económicos para subir los precios de los medicamentos a miles de chilenos pobres que a duras penas combaten enfermedades? ¿Dónde estuvo la condena de la prensa inmoral? Una multa insignificante y todo sigue igual.
Estamos programados y adaptados para resistir la cantidad de abusos y atropellos a que las instituciones nos someten. Adaptados para consumir las mentiras de los medios, la publicidad y la televisión. Adaptados para sentir reverencia ante los “representantes” de dios en la tierra, reunidos en esa secta llamada Iglesia Católica, adaptados para aceptar al estado y sus leyes hechas para los poderosos, adaptados incluso para votar por esos mismo poderosos en una falsa ilusión de democracia, democracia coludida con las corporaciones, Barrick Gold, por ejemplo.
Al mismo tiempo, el simple ejercicio del pensamiento se ha transformado en un duro trabajo para las masas consumidoras de entretenimiento. La lectura de libros, la curiosidad, la reflexión, la organización son impensables.
El anarquismo siempre estará reñido con las leyes, porque es la negación a todo lo que esta sociedad ha erigido como justo, bueno y necesario. Porque principalmente niega y pretende destruir el capitalismo y el reinado del sistema monetario.
“Muerte accidental de un anarquista” es la obra más conocida del dramaturgo italiano, Darío Fo, Premio Nobel de Literatura y a la vez parece ser el título más adecuado para definir la muerte de Mauricio Morales, un joven anarquista chileno, muerto por la detonación azarosa del artefacto que portaba en su mochila.
No obstante muchos no compartamos los métodos de acción de estos grupos, en la red se han multiplicado los comentarios que celebran la muerte de este “terrorista” que murió en su ley, en una lucha incomprensible para la mayoría que bien moldeada por los medios de comunicación habla de terrorismo, extremismo, anarquismo, bomba, víctimas inocentes, pese a que en un centenar de detonaciones reivindicadas por los anarquistas, no ha habido más víctimas que los escaparates mercenarios del capital.
La condena es inevitable, el anarquismo es el caos y la locura, el odio y la violencia. Sin embargo, las ideas libertarias han movilizado a millones en otras latitudes, que convencidos de la necesidad de crear un mundo nuevo, lucharon y entregaron sus vidas, por ejemplo durante la Guerra Civil Española, combatiendo al fascismo.
Habría que preguntarse acaso si la guerra, el hambre, la depredación medioambiental, las colusiones, las crisis y pánicos financieros, las pandemias creadas en laboratorios y amplificadas por los medios, la corrupción estatal, no son también la cara violenta de un enloquecido sistema que ya muchos repudian, denuncian y combaten.
Sin embargo el robo y la mentira parecen estar bien.
¿Cuál es la diferencia moral entre cargar una bomba y la colusión de grupos económicos para subir los precios de los medicamentos a miles de chilenos pobres que a duras penas combaten enfermedades? ¿Dónde estuvo la condena de la prensa inmoral? Una multa insignificante y todo sigue igual.
Estamos programados y adaptados para resistir la cantidad de abusos y atropellos a que las instituciones nos someten. Adaptados para consumir las mentiras de los medios, la publicidad y la televisión. Adaptados para sentir reverencia ante los “representantes” de dios en la tierra, reunidos en esa secta llamada Iglesia Católica, adaptados para aceptar al estado y sus leyes hechas para los poderosos, adaptados incluso para votar por esos mismo poderosos en una falsa ilusión de democracia, democracia coludida con las corporaciones, Barrick Gold, por ejemplo.
Al mismo tiempo, el simple ejercicio del pensamiento se ha transformado en un duro trabajo para las masas consumidoras de entretenimiento. La lectura de libros, la curiosidad, la reflexión, la organización son impensables.
El anarquismo siempre estará reñido con las leyes, porque es la negación a todo lo que esta sociedad ha erigido como justo, bueno y necesario. Porque principalmente niega y pretende destruir el capitalismo y el reinado del sistema monetario.
Andrés Padilla/ventananoticias
Etiquetas: Política


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